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.Me sentía dolido yavergonzado, y no sabia qué decir.Pero Hank aún no había terminado.Apoyó el peso de su cuerpo enun codo y, esbozando una siniestra sonrisa, añadió: Estamos solamente un pelín por encima de los espaldas mojadas, ¿verdad, chico? Simplestemporeros, eso somos para vosotros.Una pobre caterva de palurdos que beben alcohol de fabricacióncasera y se casan con sus hermanas, ¿no es así?Hizo una pausa de una décima de segundo como si de veras esperara que yo contestase.Estuve tentadode echar a correr, pero en lugar de ello me miré las botas.Es probable que el resto de los Spruill secompadeciera de mí, pero ninguno de ellos acudió en mi ayuda. Tenemos una casa más bonita que la vuestra, chaval.¿Lo crees? Mucho más bonita. Ya basta, Hank  dijo la señora Spruill. Es más grande  prosiguió él , tiene un porche delantero muy largo y un techado de hojalata sinparches de alquitrán, ¿y sabes qué más tiene? No te lo vas a creer, chico, pero nuestra casa estápintada.De blanco.¿Has visto pintura alguna vez, chico?Al oírlo, Bo y Dale, los dos adolescentes que casi nunca emitían el menor sonido, empezaron a reír envoz baja, como si quisieran seguirle la corriente a Hank sin ofender a la señora Spruill. Mándale que se calle, mamá  pidió Tally, y por un segundo dejé de sentirme humillado.Miré a Trot y, para mi asombro, vi que tenía los ojos muy abiertos, como si estuviese asimilando aquelpequeño enfrentamiento unilateral.Al parecer, se lo estaba pasando en grande.Hank miró a Bo y a Dale con una estúpida sonrisa en los labios y entonces éstos rieron más fuerte.Depronto hasta la señora Spruill parecía divertida.Quizás a Hank lo hubieran llamado palurdodemasiadas veces. ¿Por qué no pintáis vuestras casas, cabrones?  tronó Hank dirigiéndose a mí.Al oír la palabra «cabrones», Bo y Dale se echaron a reír abiertamente.Hank soltó una sonoracarcajada ante su propio chiste.Todos estaban casi a punto de darse palmadas en las rodillas de puroregocijo, cuando, de repente, Trot gritó con toda la fuerza de sus pulmones: ¡Basta, Hank!Las palabras estaban ligeramente mal articuladas, por lo que el nombre de «Hank» sonó como «An»,pero aun así todos lo entendieron con claridad.Dieron un respingo y la bromita terminó de golpe.Todos se volvieron hacia Trot, que miraba a Hank con expresión de furia.Yo estaba al borde de las lágrimas, por lo que di media vuelta y eché a correr, pasando por delante delremolque en dirección al camino que bordeaba el campo hasta ponerme a salvo, lejos de su vista.Entonces me introduje en el algodonal y esperé el sonido de voces amigas.Me senté en el ardientesuelo rodeado de tallos de más de un metro de altura y lloré, a pesar de que aborrecía hacerlo.Los remolques de las granjas más importantes tenían hules para cubrir el algodón y evitar que éstevolara cuando lo llevaban a la desmotadora.Nuestro viejo hule estaba firmemente sujeto, protegiendoel fruto de nuestro esfuerzo, incluidos los cuarenta y cinco kilos que yo había recolectado en eltranscurso de los dos días anteriores.Ningún Chandler había llevado jamás una carga a la desmotadoracon las cápsulas volando como si fueran copos de nieve, pues no querían ensuciar la carretera.Peromucha gente lo hacía, y durante una parte de la temporada de la recolección las malas hierbas y lascunetas de la carretera 135 se iban cubriendo lentamente de blanco mientras los agricultores sedirigían a toda prisa con su cosecha a la desmotadora.El remolque cargado de algodón parecía un gigante al lado de nuestro camión, por lo que Pappycondujo a menos de treinta kilómetros por hora en su marcha a la ciudad.Íbamos en silencio,digiriendo la comida.Yo pensaba en Hank y no sabia qué hacer al respecto.Estoy seguro de que aPappy le preocupaba el tiempo.Si le contaba lo de Hank, sabia perfectamente lo que ocurriría.Me obligaría a acompañarlo a ver a losSpruill, y allí, en el patio delantero, se produciría un desagradable enfrentamiento [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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