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.En distancias cortas, resulta efectivo sólo durantein ataque.En patrullas, agota tanto a los hombres como a los caba-puesto que la caballería y la infantería no pueden avanzar alnísmo paso.-Entonces dividid las tropas en fuerzas de choque y de reser-ra, servidor Belami.Eso es lo mejor que os puedo sugerir.En rea-Jad, servidor Belami, es una orden.Gracias por haber venido.~is retiraros!Belami saludó marcialmente, giró sobre sus talones y salió de lacasa capitular.Estaba furioso.-¡Hidalgos! -murmuró-.¡Nunca escuchan!De fuentes confiables, tales como viejos camaradas y ex coman-dantes, Belami no tardó en formarse un panorama veraz de las fuer-zas caóticas que obraban en Jerusalén.El joven y moribundo rey Balduino 1V casi no tenía poder.El regen-te, que oficialmente era Guy de Lusignan, compartía de mala gana supoder, si no su autoridad, con Raimundo III de ' frípoli y Reinaldo deChátillon.El anciano patriarca, Almaric, el representante rival del Papaen Jerusalén, había sido expulsado de la ciudad, al igual que el arzo-bispo Guillermo de Tiro, el famoso cronista, también había sido obli-gado a alejarse de ultramar por De Chátillon.Con anterioridad, la Iglesiaortodoxa griega había establecido el cisma con Roma, abriendo un abis-mo entre las formas de la cristiandad.Un patriarca títere, Heraclio, aho-ra actuaba como el portavoz de los barones todopoderosos en asuntosde la Iglesia.Eso dejaba a los templarios y los hospitalarios como lasúnicas fuerzas verdaderamente independientes en Jerusalén.Belami, que ya había soñado con una posible solución al proble-a de la movilidad de sus tropas, se ocupaba de coordinar las nue-as fuerzas de caballería e infantería combinadas, cuando De Chátillonizo el siguiente movimiento.La pequeña flota de Reinaldo -cons-iiida, como le gustaba imaginar, en secreto- ahora fue varada enmar Rojo.Mientras tanto, en Damasco, Saladino, el comandante supremo89le1 sultanato ayyubid y sus numerosos aliados, estaba escuchando el170 171relato de su hermana del ataque imprevisto a su caravana.Sitt-esSham y su comitiva habían regresado a Damasco con una fuerte escol.ta, que le proporcionaron los guardianes de La Meca.Flanqueadospor una fuerza tan poderosa de guerreros, ninguna partida de bandi-dos cristianos se había atrevido a molestarles.La narración de su inesperado rescate llevado a cabo por losservidores templarios dejó a Saladino con sentimientos mezclados.En primer lugar, la justa ira al ver que la confianza puesta en el infielDe Chátillon había merecido una traición tan bárbara; su segundareacción fue de confusión.En una ocasión Saladino había jurado decapitar a todo tem-plario que cayera en sus manos, después de una matanza de com-patriotas suyos efectuada por fuerzas de los templarios excesiva-mente apasionadas.Ahora, tendría que reconsiderar su juramento,un acto que, para un devoto musulmán como Saladino, constituíaun salto mortal moral.Sin embargo, Sitt-es-Sham se mostró inflexible.Los tres servi-dores templarios, cuyos nombres había conseguido, le habían salva-do la vida y probablemente el honor también de las garras de unAsesino disfrazado de caballero franco.Por consiguiente, debían serconvenientemente recompensados.Saladino dio las gracias a Alá por el feliz retorno de su her-mana y tomó mentalmente nota de honrar y recompensar a los tresvalientes templarios, si un día caían en sus manos.Luego, jurómatar a De Chátillon, e inmediatamente dio orden de reunir a susgenerales.Por lo que a Saladino se refería, la tregua había termi-nado.¡En adelante, ya no regía la Pax Saracenica, sino la Jehad o«Guerra Santa»!7loJehaclEl líder del islam era un hombre complejo, de gran humildad e incom-parable coraje.A diferencia del arquetípico jefe musulmán, el supre-mo sultán ayyubid era un intelectual, poco afecto a la cetrería, la cazao los convites, actividades que tanto habían distraído a muchos de susreales antecesores.Su deporte era el polo, pues era un magnífico jine-te y consideraba aquel juego de rápidos movimientos como una espe-cie de ajedrez jugado con caballos.Los maestros de la Universidadde Damasco le habían enseñado a dominar el gran juego del tableroescaqueado, así como le habían impartido el amor por el gnosticismo,especialmente por las artes y las ciencias, la astronomía, la mateniáti-ca, la arquitectura, la música, la erudición natural y la belleza en todassus formas, como obra de Alá, el Único Dios.Damasco, que él había vuelto a recuperar de manos de los infie-les cristianos, representaba para Saladino todo lo que había de belloen la arquitectura árabe y en la planificación de una ciudad.Sus múl-tiples arboledas sombreadas y los numerosos jardines, grandes y peque-ños, públicos y privados, eran oasis de color, perfume y belleza natu-ral, y uno de los más grandes placeres del sultán residía en gozar deaquellos refugios de paz, completamente solo.En otras palabras, entretodos los jefes musulmanes, el sultán Saladino era único.Esto era asíporque sus actos y reacciones resultaban difíciles de predecir.Alto, apuesto y aún activo y en buena forma en la edad madura,aquel príncipe de ayyubids poseía una personalidad extraordinaria,con el don de un encanto inmenso.Aunque tímido y retraído cuan-do muchacho, mediante la aplicación y el estudio diligente había cre-cido hasta convertirse en un diestro líder capaz de no dar consejoshasta el momento preciso.Sólo daba su opinión cuando se la pedían.172 17390Saladino no era ni jactancioso ni embustero.Cuando hablaba, erapara decir la verdad.Si agregamos a esto su devota fe en lo justo de la causa del islam,tendremos a un líder capaz de hacer retroceder a las hordas de lascruzadas que habían saqueado y asolado el medio Oriente.Allá en Tiberias, Abraham-ben-Isaac le describió a Simon el jefesarraceno en estos términos:-Salah-ed-Din nació en 1138, en una familia compuesta de sie-te hermanos y una hermana.Su padre era Ayyub-ibn-Shadhy, un ofi-cial del séquito de Zengi, el atabeg de Mosil.Su madre era Nejm-ed-Din
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