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.A derecha y a izquierda del lecho se halla-ban dos esclavos, blanco uno y negro otro, armado cada cual con un alfanje desnudo y una pica de acero.Alos pies del lecho había una mesa de mármol, en la que aparecían grabadas las siguientes frases:¡Soy la virgen Tadmor, hija del rey de los Amalecitas, y esta ciudad es mi ciudad! ¡Puedes llevartecuanto plazca a tu deseo, viajero que lograste penetrar hasta aquí! ¡Pero ten cuidado con poner sobre mí unamano violadora, atraído por mis encantos y por la voluptuosidad!Cuando el emir Muza se repuso de la emoción que hubo de causarle la presencia de la joven dormida,dijo a sus acompañantes: Ya es hora de que nos alejemos de estos lugares después de ver cosas tan asom-brosas, y nos encaminamos hacia el mar en busca de los vasos de cobre.¡Podéis, no obstante, coger de estepalacio todo lo que os parezca; pero guardaos de poner la mano sobre la hija del rey o de tocar a sus vesti-dos.Entonces dijo Taleb ben-Sehl: ¡Oh emir nuestro, nada en este Palacio puede compararse a la belleza deesta joven! Sería una lástima dejarla ahí en vez de llevárnosla a Damasco para ofrecérsela al califa.¡Valdríamás semejante regalo que todas las ánforas de efrits del mar! Y contestó el emir Muza: No podemos to-car a la princesa, porque sería ofenderla, y nos atraeríamos calamidades. Pero exclamó Taleb: ¡Oh emirnuestro! las princesas, vivas o dormidas, no se ofenden nunca por violencias tales. Y tras de haber dichoestas palabras, se acercó a la joven y quiso levantarla en brazos.Pero cayó muerto de repente, atravesadopor los alfanjes y las picas de los esclavos, que le acertaron al mismo tiempo en la cabeza y en el corazón.Al ver aquello, el emir Muza no quiso permanecer ni un momento más en el palacio, y ordenó a susacompañantes que salieran de prisa para emprender el camino del mar.Cuando llegaron a la playa, encontraron allí a unos cuantos hombros negros ocupados en secar sus redesde pescar, y que correspondieron a las zalemas en árabe y conforme a la fórmula musulmana.Y dijo el emirMuza al de más edad entre ellos, y que parecía ser el jefe: ¡Oh venerable jeique! venimos de parte de dueñoel califa Abdalmalek ben-Merwán, para buscar en este mar vasos con efrits de tiempos del profeta Solei-mán.¿Puedes ayudarnos en nuestras investigaciones y explicarnos el misterio de esta ciudad donde estánprivados de movinuento todos los seres? Y contestó el anciano: Ante todo, hijo mío, has de saber quecuantos pescadores nos hallamos en esta playa creemos en la palabra de Alah y en la de su Enviado (¡con élla plegaria y la paz!); pero cuantos se encuentran en esa Ciudad de Bronce están encantados desde la anti-güedad, y permanecerán así hasta el día del Juicio.Respecto a los vasos que contienen efrits, nada más fácilque prcurároslos, puesto que poseemos una porción de ellos, que una vez destapados, nos sirven para cocerpescado y alimentos.Os daremos todos los que queráis.¡Solamente es necesario, antes de destaparlos, ha-cerlos resonar golpeándolos con las manos, y obtener de quienes los habitan el juramento de que reconoce-rán la verdad de la misión de nuestro profeta Mohammed, expiando su primera falta y su rebelión contra lasupremacía de Soleimán ben-Daúd! Luego añadió: Además, también deseamos daros, como testimoniode nuestra fidelidad al Emir de los Creyentes, amo de todos nosotros, dos hijas del mar que hemos pescadohoy mismo, y que son más bellas que todas las hijas, de los hombres.Este documento ha sido descargado dehttp://www.escolar.comY cuando hubo dicho estas palabras, el anciano entregó al emir Muza doce vasos de cobre, sellados enplomo con el sello de Soleimán, Y las dos hijas del mar, que eran dos maravillosas criaturas de largos ca-bellos ondulados como las olas, de cara de luna y de senos admirables y redondos y duros cual guijarrosmarinos; pero desde el ombligo carecían de las suntuosidades carnales que generalmente son patrimonio delas hijas de los hombres, y las sustituían con un cuerpo de pez que se movía a derecha y a izquierda, de lapropia manera que las mujeres cuando advierten que a su paso llaman la atención.Tenían la voz muy dulce,y su sonrisa resultaba encantadora; pero no comprendían ni hablaban ninguno de los idiomas conocidos, ycontentábanse con responder únicamente con la sonrisa de sus ojos a todas las preguntas que se les dirigían.No dejaron de dar las gracias al anciano por su generosa bondad el emir Muza y sus acompañantes, e in-vitáronles, a él y a todos los pescadores que estaban con él, a seguirles al país de los musulmanes, a Da-masco, la ciudad de las flores, de las frutas y de las aguas dulces.Aceptaron la oferta el anciano y los pes-cadores, y todos juntos volvieron primero a la Ciudad de Bronce para coger cuanto pudieron llevarse de co-sas preciosas, joyas, oro, y todo lo ligero de peso y pesado de valor.Cargados de este modo, se descolgaronotra vez por las murallas de bronce, llenaron sus sacos y cajas de provisiones con tan inesperado botín, yemprendieron de nuevo el camino de Damasco, adonde llegaron felizmente al cabo de un largo viaje sin in-cidencias.El califa Adbalmalek quedó encantado y maravillado al mismo tiempo del relato que de la aventura le hi-zo el emir Muza; y exclamó: Siento en extremo no haber ido con vosotros a esa Ciudad de Bronce.¡Peroiré, con la venia de Alah, a admirar por mí mismo esas maravillas y a tratar de aclarar el misterio de ese en-cantamiento! Luego quiso abrir por su propia mano los doce vasos de cobre, y los abrió uno tras de otro.Ycada vez salía una humareda muy densa que convertíase en un efrit espantable, el cual se arrojaba a los piesdel califa y exclamaba: ¡Pido perdón por mi rebelión a Alah y a ti, ¡oh señor nuestro Soleimán! Y desa-parecían a través del techo ante la sorpresa de todos los circundantes.No se maravilló menos el califa de labelleza de las dos hijas del mar.Su sonrisa, y su voz, y su idioma desconocido le conmovieron y le emo-cionaron.E hizo que las pusieran en un gran baño, donde vivieron algún tiempo para morir de consunción,y de calor por último.En cuanto al emir Muza, obtuvo del califa permiso para retirarse a Jerusalén la Santa con el propósito depasar el resto de su vida allí, sumido en la meditación de-las palabras antiguas que tuvo cuidado de copiaren sus pergaminos
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