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.Un picnic del Cinco de Mayo llenaba el bosquecillo de bambú de Kaifungfu Park conmúsica y alegría.Por entre las multitudes se movían los selenitas, la nueva generación, adolescentes omás jóvenes, hermosos, gráciles y distantes.La hora de Rydberg se acercaba.Entró en el ayuntamiento.Aquellas tres o cuatrohabitaciones alquiladas al Complejo Fireball apenas merecían el nombre.El gobiernomunicipal no tenía más autoridad que la que las naciones habían decidido concederle decomún acuerdo: esencialmente, controlar los servicios.Esa idea trajo una breve sonrisa asus labios.Lo que habían delegado era la mayor parte de lo que tocaba las vidas de loshabitantes de la Luna.Los trabajadores humanos eran pocos.Realizaban sus labores informalmente.Elasistente en la oficina de la alcaldesa escaneó a Rydberg, oyó su nombre y le abrió lapuerta interior.La atravesó.La habitación no estaba muy abarrotada.Una amplia mesasostenía un teléfono, una terminal de ordenador y algunos elementos personales: unafoto, un trozo de un mineral azul profundo, una libreta de notas escrita y dibujada.Músicade fondo surgía con suavidad de los altavoces; Rydberg reconoció Appalachian Spring.La mujer tras la mesa le miró directamente a los ojos.Ya la había visto en losnoticiarios, y su imagen en artículos y libros.En persona tenía la fuerza que habíaesperado, pero también un equilibrio, una alerta tranquilidad que, de alguna forma, redujolos latidos de su corazón.Dagny Beynac a sus cuarenta años tenía algo más de carne ensus grandes huesos, pero sólo un poco.El rostro, ancho, de nariz curva y pómulos altos,seguía teniendo la piel blanca, ligeramente arrugada alrededor de los ojos azules y laboca.Los hilos blancos eran como marcas en el cabello pelirrojo que le caía hasta loshombros.Vestía una túnica gris y pantalones, con una insignia de plata y ópalo a lagarganta. ¿Piloto Rydberg? La voz era más aguda que cuando hablaba en público, elacento más pronunciado.Greetings, ¿qué puedo hacer por usted?Habló inconscientemente. No lo sé dijo.Las cejas rojas se elevaron. ¿Qué quiere decir con eso? Se sintió ligeramenteasombrado de la estabilidad de su voz. Soy su hijo, madame.El ascensor a la centrifugadora era para los minusválidos o los vagos.Él y ella usaronla escalera que rodeaba su eje.La mayoría de la numerosa gente que se encontraron laconocía y la saludó.Ella devolvió una sonrisa, un saludo, quizá una palabra, mientrasseguía avanzando.Rydberg no podía entender cómo lo conseguía.Él habría agotado susreservas de amabilidad en los primeros cien metros.Por forma y por tamaño, la máquina era tan diferente a los dispositivos en una naveespacial o sobre la superficie de un cuerpo de baja gravedad como esos dos objetos loeran entre sí.Al fondo del eje, se entraba en una banda estrecha, y luego a algunas másen serie, cada una girando más rápidamente que la anterior.Había abrazaderasdisponibles para compensar la aceleración, pero una persona de agilidad normal yhabituada no las necesitaba.Sin embargo, cuando se llegaba al disco primario, se debíapenetrar en un pasillo al moverse, y en ese caso era mejor agarrarse a algo.Silenciosa en su suspensión magnética, la gran rueda giraba sin pausa, reluciente,majestuosa bajo un techo que era todo él una pantalla y simulaba un cielo de la Tierra,con nubes blancas moviéndose sobre el azul y los pájaros agitando las alas.Dada sumasa, era innecesario un equilibrio preciso.A medida que te desplazabas hacia el interior,el peso centrífugo cambiaba de fuerza y dirección.En espiral, el sendero se inclinaba paramantenerse bajo tus pies, hasta que al fin llegabas al reborde y al peso terrestre.Casiperpendicular a la horizontal lunar, se encontraba un amplio paseo circular, pavimentadode duramusgo.La gente ocupaba toda la zona de paso, separándose con mayor cuidadoen las vías rápidas; en las frecuentes bahías realizaban ejercicios estacionarios deaeróbic o levantaban pesos.Al lado opuesto del camino había compartimientos rodeandoel disco, y desde allí se veían las puertas.Cualquiera podía usar el círculo abierto y encualquier momento, pero los cuartos había que reservarlos y pagarlos. A menudo traigo a alguien a un reservado de centrifugado para mantener unaconversación privada le había dicho Beynac.Ya que estamos, podemos pasar algúntiempo en g mientras nos aseguramos de no sufrir interrupciones. Rió.Si hoy me venencerrarme con un joven atractivo, pues bueno, envieuse soit qui mal y pense.Pero alprincipio, durante poco rato, se había manifestado más nerviosa que él.Rydberg no creíaque hubiese podido dominar con tanta rapidez sus emociones, ni adoptar un aire tanalegre.Su defensa era la impavidez.La multitud se desplazó en la dirección de giro, para ganar algo de tirón extra.Él y ellase movieron hasta llegar al número diecinueve.Entraron y cerraron la puerta.El interior,ventilado, iluminado, contenía un sofá, un baño con mampara y una zona de sueloenmoquetado.Beynac se arrojó sobre Rydberg y se aferró a él.Él la sintió estremecerse. Oh, Dios, Dios murmuró sobre su pecho.Tú.Nunca me atreví a soñar.Rydberg la abrazó.Comprendió que por eso le había hecho salir tan deprisa, minutosdespués de su llegada.Eso le había desconcertado.¿Tenía intención de interrogarle,despellejarle, descubrir si era un impostor y qué quería de ella? En lugar de eso, sobre sublusa sentía las lágrimas. Madre dijo sobrecogido.Después de un rato. ¿He hecho mal? Quizá esto te hace daño, como un fantasma que debería habersequedado en la tumba.En ese caso, te pido que me perdones.Me iré ahora y nunca se locontaré a nadie. No.No lo hagas.Por favor.Lars.Se apartó, retrocedió un poco y le sonrió, todavía entre sus brazos.La sonrisa leestremecía, las lágrimas relucían sobre las cejas, y empezó a respirar con calma. Lars susurró.Qué nombre tan hermoso.Bonito, pero masculino.Me alegro deque te lo diesen
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