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.Volvió a reírse, esta vez menos estruendosamente -o tal vez no tan cerca de mi oído.De mis tímpanos ahora tém-panos.-¿Soy o no soy una buena actriz?Salí de mi sopor, de mi estupor, de mi estupro -sin duda ella me había violentado emocional y casi físicamente- deun golpe.¡De manera que era todo teatro! No me había echado cicuta en el trago, Sócrates sin simposio.No tengovergüenza en contarlo ahora pero la tuve entonces al enfrentarla a ella: tal era mi ingenuidad en ese tiempo que mecreí que ella me había envenenado de veras, solamente por la sugestión de su voz, de sus ojos verdes y la pésimapócima que había confeccionado como cocktail.Se acercó a mí y me dio un beso en la boca, húmedo de la bebidapero también de su saliva, savia, sabia: intenso y muelle con todos sus labios gruesos, ventosas, no bembas.-Mi pobre envenenado.Se echó hacia atrás de nuevo, como para mirarme mejor, verme bien.Marga mirando a Lázaro cerca de SanLázaro: creed y resucitaros.-Si te creíste eso eres capaz de creértelo todo, querido.Por fin reaccioné, ante su última palabra, a la Julieta.-No me creí nada.Estaba haciendo cine como tú teatro.¿Por qué me ibas a envenenar? ¿Para qué? ¿Por quién?El motivo crea el crimen.Ah -dijo ella triunfal-, yo tengo respuesta para todas tus preguntas.Me vengo -y aquí hizo una pausa para que yocogiera su doble sentido- de los hombres todos.Lo hago para cobrarme una deuda con la sociedad que me ha hechouna amargada.Enveneno a mis amantes por mi placer de verlos en su agonía, observarlos cómo mueren y mirarlosmuertos.¿No te parecen pocos motivos?-Tú eres todo menos una amargada.-¿Qué sabes tú? Nunca me has visto como soy -y sin ninguna transición añadió-: Ahora vámonos, que mi hermanaestá al regresar con su marido.Ya hemos jugado bastante.Todavía tenia yo la ingenuidad de preguntarme adónde íbamos a ir: era evidente que ella quería decir a un solositio, ese sitio donde se está solo en compañía, donde dos hacen uno.Aunque podía haber varios sitios para un mismoprincipio y diversos fines.Calculé las posibilidades a mi alcance y decidí que el mejor lugar era la posada de 11 y 24.En el taxi su belleza era acentuada, como en el cine las estrellas, por las luces y sombras de la calle San Lázaro,antes de ascender a la oscuridad de la Colina Universitaria (era una manía habanera latinizante llamarla así, pero unade las colinas -ni siquiera sé si llegaban a siete- insistía en llamarse, vulgarmente, la Loma del Burro en vez delAscenso del Asno), sus ojos se hicieron más intensamente verdes en el rincón oscuro del auto, desde el cual se insin-uó hacia mí diciendo:-No era un veneno.-¿Cómo?No sabía de qué hablaba.-Que no era un veneno lo que te di pero sí algo más terrible -hizo una pausa dramática, radial casi, ya que en esetramo la calle estaba a oscuras y sólo oí su voz, sin poder ver su cara-.¿Sabes lo que fue?-Ni idea -decidí oír su cuento verde.179La habana para un infante difuntoGuillermo Cabrera Infante-Debías tenerla pero te lo voy a revelar de todas maneras.Era un filtro de amor.No podía negar que su oficio era dramatizar, falseando: debía ser en Venezuela también una actriz de radio: laestofa de que estaban hechos los sueños sonoros de María Valero.-¡«Un filtro de amor»! -le reproché-.¿De dónde sacas un nombre tan rebuscado? ¿Por qué no dices, como enSantiago, un bilongo? ¿O como en todas partes en Cuba, una brujería?Me miró, su cara ahora de nuevo visible, al bajar el taxi por la calle L, casi llegando a Radiocentro, y sonrió:-Bueno, si tú lo quieres voy a ser chusma: te hice un amarre.Había usado la palabra apropiada para los negros brujeros de La Habana.La ventanilla estaba baja y, a pesar dela velocidad del taxi y el aire que entraba a raudales desde el mar cercano, no pude evitar cierta náusea.Yo sabía loque quería decir exactamente un amarre, de qué estaba invariablemente compuesta aquella versión habanera del fil-tro de amor: nada de mixturas malvadas homéricas ni de Pociones medievales ni del «medicamento magistral»romántico.Un amarre de mujer siempre contiene gotas de sangre menstrual.La miré a ella y estuve a punto de pre-guntarle si era verdad lo del brebaje, pero su belleza, su boca entreabierta (no por celo sino porque estaba a puntode decirme algo) y sus ojos que me miraban fijamente en su transparencia verde no me dejaron hablar para saber laverdad: la beldad me enmudecía.-¿Sabes por qué lo hice?-Supongo que para amarrarme.¿No es ése el objeto de un amarre?-Quiero que me ames para siempre.Ella era capaz, como Julieta, de decir estas cosas sin ruborizarse.¿Qué responder a semejante declaración?-Siempre es un tiempo algo largo.-Para siempre jamás y eternamente.Aun cuando yo no esté ya.Yo sé que no voy a estar un día pero quiero queme sigas amando aun cuando me haya ido.-Suena muy definitivo.¿Para qué te vas a ir?-No sé -dijo ella, y de pronto le dio un vuelco veraz a su voz-, supongo que tendré que regresara Venezuela un díade éstos y tú no vas a venir conmigo.No me explicaba su cambio.Había pasado de ser agresiva y distante anoche para ser hoy, esta noche, una amantedevota, una esclava amorosa.-¿Qué te ha hecho cambiar?-¿Cambiar? ¿Cómo?-Sí, de anoche acá.-No he cambiado nada.Siempre he sido la misma, pero anoche, después que te fuiste.-Después que me hiciste ir.-Bueno, como quieras.Después, cuando me quedé sola, me puse a pensar por qué habías esperado por mí todoese tiempo y me di cuenta de que yo significaba más para ti de lo que ni siquiera había soñado.Me lo hicieron sabertu extraña carta, la otra tarde, y tu espera de anoche.Pensé que tú significabas algo para mí.No tanto como Alejandroun día.Pero tú tienes además una pureza y una inocencia.-No creas, que puedo ser muy maldito -la interrumpí usando ese habanerismo.-Como quieras.Pero Alejandro no tuvo ni podrá tener tu virginidad.-¿Virginidad?-Bueno, inexperiencia, una cosa angelical.Pensé en el ángel caído, en la mefistofelicidad del mal, pero no dije nada: de lo que no se puede hablar lo mejores callar.-Alejandro carecía.Aunque él significó mucho para mí, tengo que admitirlo.Se calló y me alegré porque no soportaba que me hablara de eseAlejandro antiguo, casi mítico pero que yo sabía que existía no sólo porque ella hablaba de él sino porque lo habíavisto y es más, estaba con ella y recordaba el bienestar que ella exudaba, como un vaho en la noche habanera,vaporosa y visible bajo las luces del portal de la Manzana de Gómez, esa fruta prohibida del bien y el mal de la ciu-dad, presente siempre en el recuerdo ella: su cara, su andar, la manera alegre de agarrarse entre columnas al brazode este hombre que viene a interrumpir con su presencia la felicidad del momento -o del recuerdo.Cuando abrí la puerta del cuarto ella me advirtió rápida como un reflejo.Dos veces no vi el alma, dos.-Recuerda no encender la luz.-¿Y cómo vamos a entrar al cuarto, a tientas?-No quiero decir ahora sino después.Claro que lo sabía pero le quería tomar el pelo tanto como cogerle el cuerpo.Encendí la luz, entramos y cerré lapuerta.-Yo me cambio en el baño -me dijo-, pero por favor no te olvides de apagar la luz.-Descuida que cuando salgas habrá un reflector alumbrándote.Le iba a añadir: Seins et lumières, pero era cruel, crudo.Ella me miró, se sonrió, se rió y entró al cuarto de baño.Me desvestí con la luz prendida -no iba a añadir a mis dificultades naturales sacarme los pantalones al tacto de nuevo,acto artificial, contra natura- y apagué la luz y enseguida me metí en la cama y me acosté esperando
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